lunes, 29 de agosto de 2011

El poder de la convivencia

Conviviendo con personas que ya han conquistado aquello que uno quiere conseguir, nos vemos contagiados de la fuerza que los impulsa, de las actitudes que adoptan frente a las cosas, e incorporamos (tal vez inconscientemente) muchas de esas actitudes.

Esto se aplica para cualquier objetivo que queramos lograr. Si uno desea desarrollar un hábito (o eliminarlo), será más fácil si se rodea de personas que ya lo hicieron. Quien quiere amasar fortunas tendrá más posibildades en torno a quienes ya lo hacen. Aquel que busca perfeccionarse en una disciplina se beneficiará de la convivencia con los que ya la dominan.

Los grupos humanos que se reúnen con un objetivo determinado generan una fuerza denominada egrégora. Esa fuerza es la sumatoria de las energías físicas, emocionales y mentales de todos los individuos que la componen.

Podemos representar las egrégoras como corrientes que se mueven en determinada dirección. Un bote que se encuentra en una corriente es arrastrado por ella. Si remamos en la dirección de la corriente, el bote avanza a gran velocidad con poco esfuerzo. Si remamos hacia una orilla, podemos desplazarnos en ese sentido con nuestro esfuerzo y simultáneamente la embarcación irá en el sentido de la corriente. El bote se mueve con libertad en la dirección deseada y siempre tendrá además la fuerza del agua que lo empuja en el sentido de la corriente. Claro que, si lo que se busca es avanzar en dirección opuesta, se requiere un gran esfuerzo, primero para vencer la corriente y luego para lograr desplazarse en la dirección deseada.

El mismo efecto generan las egrégoras a las que pertenecemos. Todo grupo humano ejerce una fuerza sobre sus individuos. Esa fuerza los impulsa en una dirección, independientemente de que ellos lo perciban o no.

Tomando conciencia de este fenómeno natural, uno puede tener el cuidado de elegir las egrégoras que lo impulsarán en la dirección en la cual desea avanzar. De esa manera, sus esfuerzos se verán potenciados por la fuerza de la egrégora.
By
Dwayne Macgowan


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